Capturado en Pakistán con 12 kilos de heroína de un 94% de pureza, Francisco del Pueblo puede ser condenado a muerte. Convertido al islam, y en espera de juicio, indulto o milagro, intenta sobrevivir en una cárcel de Karachi donde hasta respirar cuesta dinero
En la pared frontal del despacho del director de la Prisión Central de Karachi se destacan con orgullo los nombres y las fechas de los 62 directores que ha tenido esta temida cárcel, construida durante el imperio británico y en funcionamiento desde 1899. Son las 10.30 y el actual alcaide aún no ha llegado. Al oficial de guardia le hace muy poca gracia que la periodista extranjera aparezca una hora y media antes de lo acordado, pero la invita a sentarse mientras examina el permiso.
La puerta de cristales deja ver lo que sucede en el patio cubierto que hay justo detrás del portón de entrada, y el escalofrío es irreprimible. Vigilados por policías, hombres sin uniforme van poniendo grilletes a grupos de 14 o 16 presos ligados a una cadena central.
Uno, dos, tres... Parece una macabra procesión interminable. "Van a los tribunales", asegura el oficial, que ha dado orden de que traigan a Francisco del Pueblo Martínez, un preso español de 45 años que se enfrenta al riesgo de ser condenado a muerte o a cadena perpetua. El precio a pagar por ser capturado con 12 kilos de heroína. Hoy, convertido al islam, confía en Alá, en la clemencia del tribunal y en las gestiones de las autoridades españolas para obtener su indulto o, cuando menos, el permiso para cumplir en España la pena que se le imponga.
La Prisión Central de Karachi, construida a imitación de un castillo, alberga a más de 6.000 reclusos, incluidos tres españoles y varias decenas de africanos detenidos por narcotráfico. Allí "sigue habiendo ejecuciones, pero los ahorcamientos ya no son públicos". Sin embargo, los reos saben cuándo le arrancan la vida a un compañero, y ese día, con el estómago encogido, viven una "jornada de luto sin música y sólo con los canales oficiales de televisión", cuentan los compañeros de cautiverio de Francisco del Pueblo: José Sequero, de 47 años, y Miguel García Borrás, de 51, que ya llevan encerrados en esta cárcel cuatro años y siete meses. A estos dos amigos les pillaron, en su tercer viaje a Pakistán, con cuatro kilos de heroína cada uno. Su relativamente benévola condena (seis años y medio de cárcel, y una multa) se debe a que en el laboratorio al que se llevaron la droga para analizarla les hicieron un favor: se quedaron con la mitad del alijo.
El funcionario advierte de que el recluso tardará en llegar porque "no estaba preparado para tan temprano". Pasada la tensión del primer momento, se muestra amable. Coloca un platito de galletas y asegura que, aunque los presos políticos se llevan a la Landi, la otra cárcel de esta ciudad paquistaní, desde que el presidente Pervez Musharraf impuso el estado de emergencia, el pasado día 3, unos 250 activistas políticos y 35 abogados han pasado por la Prisión Central. "Los letrados estaban felices porque aquí se encontraban con sus clientes y podían hablar con ellos sin restricciones", afirma con una sonrisa sarcástica.
El patio se ha quedado ya sin presos. Ahora la actividad consiste en un segundo registro de los paquetes, en su mayoría de comida, que los familiares de los cautivos entregaron fuera del recinto carcelario, en el círculo exterior que le rodea. En esa especie de cinturón de seguridad protegido por un gran muro exterior viven como en una aldea medieval los funcionarios de la prisión. La conexión al siglo XX la ponen los furgones para el traslado de los reos y un cartel publicitario de neón sobre una costrosa cafetería. El siglo XXI aún no ha hecho acto de presencia.
Nada hace sospechar que pueda ser Francisco el barbudo que entra tocado con un topi (el gorrito blanco que llevan los mulás y algunos fervientes musulmanes) y vestido con un conjunto azul marino de shalwar (la amplia camisola de algodón hasta la rodilla, típica paquistaní) y pantalones bombachos.
Hechas las presentaciones, lo primero que dice es que quiere que la sociedad le perdone por el mal que hizo. Para conseguirlo se muestra dispuesto a dar a la policía española "nombres y teléfonos" de los miembros de la red paquistaní de narcotráfico en Barcelona, incluidos los locutorios en los que sabe que se lava el dinero de la droga. La entrevista con EL PAÍS es como la primera parte de su confesión, aunque en lo referente a su vida carcelaria dice, con tono confidencial y tras una rápida ojeada a los tres policías que hay en el despacho en ese momento, que "por motivos de seguridad" tendrá que cohibirse en las respuestas.
Cuando le apresaron, el 24 de junio de 2006, en el aeropuerto de Karachi, pretendía volar a Barcelona con una carga de 12 kilos de heroína de una pureza del 94%. Según la ley paquistaní, si la cantidad de droga aprehendida es superior a 10 kilos, la condena no podrá ser inferior a cadena perpetua, y aunque no hay constancia de que ningún europeo haya sido condenado a muerte, la pena capital pende sobre su cabeza como una espada de Damocles.
"Yo sabía que me iban a meter algo, pero nunca imaginé que sería tanto. Han arruinado mi vida", dice con un deje de amargura por la traición de Nadim, "un paquistaní que reside legalmente en Barcelona porque se casó por boda blanca [matrimonio por dinero para legalizar a extranjeros] con la hermana del padre de mi nieto".
Francisco asegura que, hasta conocer a Nadim, nunca había cometido delitos mayores. Hijo de padres alcohólicos, que se separaron cuando él tenía cuatro años, se crió en centros de menores, hasta que a los 12 o 13 años empezó a ganarse la vida en la calle. "La droga es dinero fácil, y la calle te obliga a aprender. Trapicheaba y vendía para subsistir, pero nunca me drogué", sostiene.
Le detuvieron una docena de veces y cuatro de ellas pasó por la cárcel. "En España, el Codigo Penal es flexible, y cuando me pillaban con algo alegaba consumo personal, aunque los jueces no se lo creyeran".
En una rara mezcla de lenguaje culto y términos gramaticales incorrectos, cuenta que se casó en 1989, pero que su matrimonio fue un desastre desde el primer día. "Tuvimos una hija. La madre estaba relacionada con la prostitución, y la Generalitat nos retiró la custodia cuando tenía tres años. Yo me cogí una depresión terrible, y en 1994 decidí que no volvería a delinquir, que aquello no era vida. A partir de entonces viví en un albergue nocturno de la Cruz Roja y vendía en los mercadillos lo que encontraba rebuscando en los contenedores de basura".
La hija, que el pasado 30 de octubre cumplió 18 años, se quedó embarazada a los 16 de uno de los amigos con los salía desde hacía un año. Ese entorno fue el que conectó a Francisco con la red paquistaní. "Nadim tenía correos a Londres, Suiza, Roma y otras ciudades. A mí me preguntó si quería ganarme 3.000 euros y un viaje de tres días a Italia con todos los gastos pagados. Le dije que sí y volé a Milán. Desde el aeropuerto me cogí un autobús a la estación central, y allí me esperaba otro paquistaní, que me entregó una maleta. Era el 6 de octubre de 2005. Después me volví en tren a Barcelona. Es mucho más fácil porque en los trenes no existen los controles de los aeropuertos. Yo llevaba la maleta conmigo y nadie me preguntó nada. No la abrí, pero sabía que tenía dos kilos de heroína porque Nadim me preguntó directamente que si quería recogerlos. Una vez en Barcelona, le llamé por teléfono, recogió la carga y me pagó".
Fue tan fácil y el dinero parecía tan limpio que cuando el narcotraficante le propuso otro viaje a los 15 días, también a Milán, no se lo pensó dos veces. De vuelta a Barcelona, reforzada la amistad entre ambos, también colaboró con él en el tráfico de personas, reclutando a españolas para bodas blancas con paquistaníes. Francisco confiaba en Nadim porque era de su "entorno familiar".
Cuando habla asoman negruzcos y enfermizos los colmillos de su desdentada mandíbula inferior, y de vez en cuando se sujeta la mano derecha, que le tiembla. Mucho antes de que le ingresaran, el 30 de junio de 2006, en esta tristemente famosa prisión de Karachi -la capital financiera de Pakistán, una ciudad portuaria de 12 millones de habitantes- le habían diagnosticado principios de párkinson, y la dura vida carcelaria empeoró su dolencia.
"Cuando me encerraron aquí, me asignaron a un barracón donde estaban, entre otros 60 presos, los dos españoles: José Sequero y Miguel García Borras. Luego llegó una orden de separar a los sentenciados de los no juzgados. Yo me quedé en ese barracón y me hice amigo de dos paquistaníes, pero los guardas querían que les pagara y no tenía dinero. Todo lo que llevaba encima cuando me pillaron eran 200 euros. Entonces me trasladaron a un barracón horrible. Éramos más de 300 en un lugar para un máximo de 60. No quiero ni recordarlo. Dormía peor que los animales, en la puerta de las letrinas. Pagué 1.000 rupias [un euro equivale a 85 rupias] para que me devolvieran al anterior barracón y volví a pagar por dormir en un sitio mejor. Tenemos por cama el suelo, pero si pagas puedes conseguir una manta. Yo la tengo".
"Aquí", continúa, "estás obligado a pagar todo el tiempo. Ocupar las celdas en las que hay tres o cuatro presos cuesta 50.000 rupias. Nosotros, los tres presos españoles, sufrimos un acoso continuo porque saben que nos apoya la Embajada, a la que estoy muy agradecido. Yo sufría crisis muy fuertes de mi enfermedad y por 6.000 rupias logré pasar dos meses hospitalizado. El dinero se me acabó, me sacaron del hospital y me devolvieron al barracón en el que estaban mis amigos paquistaníes".
Francisco, que apenas se relaciona con Miguel y José, dice que no come nada de la bazofia que dan en la cárcel. Con los 100 euros que entrega todos los meses a cada uno de los tres presos el representante consular español, la familia de sus amigos paquistaníes le compra los alimentos que consume. "Hay que estar siempre vigilantes, porque los otros presos te roban la comida, la ropa o lo que tengas".
Y vuelve a la oscura historia que le hizo terminar con sus huesos en esta dura prisión, tan lejos de casa.
El dinero de los correos a Milán se le acabó al año, mientras florecía el tráfico de drogas entre España y Pakistán. "Había mucha gente envuelta y pregunté a Nadim cuánto ganaría. Me dijo que 5.000 euros y pensé que cargaría tres o cuatro kilos. Nos pusimos de acuerdo y volamos el 1 de mayo de 2006 los cuatro juntos: Nadim, Manoli [su mujer], la hija de ésta y yo. Aterrizamos en Peshawar [capital de la llamada Provincia Fronteriza del Noroeste] y de allí nos fuimos a la casa de la familia de Nadim, que vive en un pueblo llamado Guyirat, de la provincia de Punjab [en el este de Pakistán]", relata Francisco.
"Teníamos billetes para volver el 8 de mayo, pero al llegar al aeropuerto de Peshawar se hizo evidente que había algún problema. No sé qué pasó, pero creo que la carga falló. Ellos se fueron y me dijeron que yo me tenía que quedar. Nadim me dio 5.000 rupias y me volví a Guyirat a la casa de sus hermanas. Como soy hombre no podía verlas, ni a ellas, ni a sus hijas, sólo a los cuñados. Vivía en un cuarto en el que no entraban las mujeres, aunque a veces las veía pasar de refilón".
"Llamé por teléfono varias veces a Nadim. Me estaba poniendo nervioso porque mi visado era sólo de un mes y me daba miedo que la policía me detuviera. Finalmente volvió él solo el 9 de junio, y el 22 de ese mes volamos desde Lahore [capital de Punjab] hasta Karachi. Pasamos la noche en un hotel y al día siguiente fuimos a la oficina de extranjería para que extendieran el periodo de mi visado, que ya había caducado. Pagamos 150 euros y lo alargaron dos o tres días más. Salíamos el 24 de junio, pero esa mañana me dijo que volábamos en compañías diferentes porque no había plaza en la misma y en la que él volaba había que pagar un suplemento".
La maniobra del narcotraficante desató los temores de Francisco, que se templaron cuando le recogió en un lujoso coche un hombre con pantalón negro y camisa blanca con galones. "Parecía muy importante porque se saltaba todos los controles del aeropuerto. Se encargó de que me dieran la tarjeta de embarque y me dijo que me tranquilizara". Especialistas europeos de lucha contra el crimen organizado consideran que "muy posiblemente se trate de un oficial de Aduanas".
Francisco estaba ya sentado en el avión cuando un azafato le pidió el billete. De los dos hombres vestidos de civil que llegaban por detrás del sobrecargo, uno se sacó una pistola, la cargó y le encañonó, mientras el otro le pedía el pasaporte. Le sacaron por una puerta de emergencia y le enseñaron una enorme maleta. Fue la primera vez que la vio. Supo que era suya aunque lo negó, porque le habían advertido que el equipaje que tenía que recoger en Barcelona era gris y llevaba una pegatina roja y amarilla de la compañía de móviles Jazz.
"Me pedían el tique y yo les decía 'no tique', pero me lo habían colocado en el billete. Del aeropuerto me llevaron a lo que ahora sé que es el distrito 1 de la fuerza antinarcóticos. Me hablaban en urdu y en inglés. No entendía nada, y ellos me pegaban, me chillaban y me zarandeaban. Al día siguiente me trasladaron al distrito 2 y se repitió el mismo interrogatorio a golpes. Luego, delante de un tal coronel Krall, aparecieron tres extranjeros que hablaban español. Me hicieron algunas preguntas, y como temblaba se interesaron por qué me pasaba. Les dije que tenía principios de párkinson. Creo que eran periodistas, porque me tomaron fotos que aparecieron en los periódicos y en la televisión paquistaníes", señala. Sin embargo, los especialistas europeos consideran que se trató de tres funcionarios de la Agencia Antinarcórticos de Estados Unidos adscritos al consulado estadounidense en Karachi.
Los otros dos presos españoles saben también "lo que es el triunfo y la derrota", en palabras de uno de ellos, José Sequero, cuyos huesos asoman afilados por la camiseta. Albañil de profesión, llevaba un mes en paro cuando decidió volver a tentar su suerte, tras dos anteriores viajes a Pakistán en los que ganó unos 12.000 euros. Ahora, agotado por el empeño de regresar vivo a España, sólo sueña con estar con dos de sus hijas.
Sobrevivir. La mismo ansia de su amigo Miguel García Borrás. Una tarea difícil. "Esto es un campo de concentración. Una lucha diaria por subsistir, aunque reconozco que el régimen carcelario es mucho más duro para los paquistaníes. Les pegan unas palizas terribles. Lo increíble es que si tienes dinero eres el rey. Aquí todo se soluciona con sobornos. El mismo director nos dijo el otro día que si pagábamos las 100.000 rupias de la multa nos podíamos ir", afirma con la rabia marcada en su esquelética cara.
Pese a todo, el final de su pesadilla parece cercano. Más incierto es el futuro de Francisco del Pueblo Martínez. Tras ser detenido, no pudo llamar a la Embajada, pero el 27 de junio se presentó en las dependencias policiales un representante consular. En Pakistán, España, además de la Embajada, tiene dos cónsules honorarios, uno en Lahore y otro en Karachi. Ese representante le dijo que la maleta pesaba 40 kilos, de los que 12 eran de heroína con una pureza del 94%. "Lo único que me vino a la mente fue la película Expreso de medianoche [dirigida en 1978 por Alan Parker, y en la que se relatan las penalidades de un preso norteamericano detenido en Turquía por narcotráfico]", dice para expresar el terror que sintió.
Diecisiete meses después, Francisco sigue sin abogado. En teoría, Pakistán ofrece a los detenidos sin recursos una defensa penal de oficio, pero la práctica demuestra que no existe. El primer abogado que tuvo le pidió 2.000 euros, y como no le podía pagar se fue. Ahora está en tratos con otro, que comenzó por pedirle 3.000 euros y que va ya por los 5.000. No sabe cuándo se verá su caso ante el tribunal ni cuál será la petición del fiscal, pero al preguntarle si teme que le condenen a muerte, reacciona como si hubiera visto al diablo y escupe la respuesta como un exorcismo: "Ningún europeo ha sido condenado a muerte por un delito de drogas".
Luego, más tranquilo, señala que la cónsul española ha ido a visitarle y le ha dicho que le va a ayudar. "Hasta ahora los únicos contactos legales que tengo es que me llevan una vez al mes al juzgado. Vamos en grupos, esposados y enganchados a una cadena común. Si has pagado las 50 rupias correspondientes, los grilletes te los ponen flojos; si no es así, te dan dos o tres vueltas a la cadena y te duele a rabiar. Sólo se examinan los casos de los procesados que tienen defensa. Los demás hacemos de simples comparsas, pero no me importa porque, mientras estamos allí, al menos podemos alquilar el móvil a los policías y llamar a quien queramos", subraya, contento como un niño al que llevan de excursión.
Francisco insiste en que nadie le amenazó, ni le forzó, ni le obligó a convertirse al islam, sino que fue una decisión personal adoptada libremente. A mediados de junio se fue a ver al mulá de la prisión con sus dos amigos paquistaníes. Con uno de ellos medio se entiende en el lenguaje común que han desarrollado, mezcla de urdu, inglés y español. Éste fue el que hizo de intérprete ante el mulá. Abrazó la fe de Mahoma el 30 de junio, justo el día en que cumplía un año en el infierno. "La conversión es fácil, basta con saber los principios islámicos y seguirlos, pero no sé si soy suní o chií", señala.
El pasado 23 de noviembre, al día siguiente de esta conversación, Francisco tenía previsto recibir el certificado de las autoridades islámicas sobre su conversión, en el que se le acredita con un nuevo nombre: Mohamed Abdulá Abdul Rehmán. De momento, sin embargo, va a seguir utilizando sus nombres cristianos porque el consulado español le ha aconsejado que, ahora que se está poniendo en marcha el indulto, no frene su proceso "con otro papeleo".
Con aire místico, Francisco sostiene: "El pueblo musulmán me ha aceptado y me siento reconfortado por la fe. Física y mentalmente estoy mejor. Tengo que aguantar mi pena, pero la fe me ha dado seguridad en mí mismo y más facilidad de palabra. Además, si estoy deprimido me voy a la mezquita, que es el único rincón con paz dentro de este espanto".
A bote pronto, Francisco responde que no le importa no comer jamón. Luego lo piensa mejor y matiza: "En realidad, Mahoma no quería prohibir todo el cerdo, sino tan sólo algunas partes dañinas; pero como no sabía muy bien cuáles eran, lo prohibió todo". En cuanto al alcohol, lo tiene aún más claro: "El Corán permite beberlo si es con moderación".
Al preguntarle cuál ha sido su día más duro en estos 17 meses no lo duda un momento. "Aquí el día más duro es cada día. El continúo acoso de todos para que pagues. El soborno interminable. La amenaza de mandarte al barracón de los africanos. No hay maltrato físico, pero el daño psicológico es insoportable".
"Quiero ser el último preso español en Pakistán", dice exhibiendo su tormento para servir de ejemplo a otros y que no se les ocurra venir por este país. Al mismo tiempo, enarbola la bandera de la defensa de "otros presos españoles en otras cárceles extranjeras". Como sus dos compañeros en la prisión de Karachi, que confían en que prospere la petición de indulto del Gobierno por haber cumplido ya ambos dos tercios de la condena. Para Francisco, pendiente aún de juicio, se aducen motivos humanitarios. Ya el año pasado se logró la excarcelación de otro preso español que tenía sida.
Francisco pide perdón a la sociedad española por el daño que haya podido causar a muchas familias la droga que iba a introducir, y ruega que, si no le indultan, le dejen al menos cumplir la condena en su propio país. El Gobierno español intenta llegar a un acuerdo sobre cumplimiento de condenas, como los firmados ya por algunos países europeos. Entre tanto, se pregunta: "Si se han reinsertado etarras, ¿por qué no se le da una oportunidad a un insignificante traficante?". Ésa es su última esperanza de dejar atrás el infierno.
1.547 españoles en cárceles extranjeras
SEGÚN RECOGE la Fundación Ramón Rubial Españoles en el Mundo a partir de datos de la Dirección General de Asuntos y Asistencia Consulares de marzo de 2007, en esa fecha había 1.547 presos españoles en cárceles extranjeras. De ellos, 1.179 estaban encarcelados por delitos relacionados con las drogas.Los casos más dramáticos son los de Pablo Ibar, que desde diciembre de 2000 se encuentra en un corredor de la muerte de Florida (EE UU), y Nabil Manakli, español de origen sirio encarcelado en Yemen en condiciones desconocidas y con un peligro de ejecución que Amnistía Internacional consideraba ya hace un año como inminente. El caso del primero no está cerrado y caben aún apelaciones a la sentencia. En el caso de Manakli, la mediación del ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, durante su viaje a Yemen en 2006, produjo la toma en consideración de la petición española de conmutación de la condena, aunque no ha habido cambios en su situación.Había otro condenado a muerte en Filipinas desde 2004, Francisco Larrañaga, que se benefició de la abolición de la pena capital en 2006 en ese país. El pasado mes de mayo se firmó un tratado por el que podría cumplir en España la cadena perpetua por la que se le conmutó la pena capital.La mayor parte de los condenados españoles lo está por delitos relacionados con el consumo y tráfico de drogas a pequeña escala. El Gobierno español ha alertado en repetidas ocasiones a los turistas del riesgo que contraen por viajar con drogas o comprarlas en el extranjero, tratando de evitar las consecuencias a las que pueden conducir la ignorancia y la imprudencia.Los países con mayor número de españoles detenidos por asuntos de droga son Perú, Portugal, Francia, Venezuela, Italia, Ecuador, Marruecos y Brasil, por este orden.El Gobierno de España ha firmado convenios bilaterales con más de 20 países para que los reclusos puedan cumplir condena en su país. Es difícil definir su perfil, pero la edad media de estos presos oscila entre 20 y 40 años. Hay 233 mujeres en total, y las comunidades con más presos en el extranjero son Cataluña y Madrid.
lunes, 3 de diciembre de 2007
En manos de Alá y los jueces
Publicado por
lanarcosis
a las
10:14
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