Los soldados del cartel de Sinaloa avanzan sobre la región. El mismo grupo que se instaló en la Argentina con sus laboratorios de metanfetamina eligió una estancia uruguaya, pegada a la frontera, para hacer aterrizar un avión con 142 kilos de cocaína boliviana. Una mujer rubia de mejillas rosadas mira, con la mano en la sien, el horizonte del paraje La Concordia, en Soriano, el Oeste uruguayo. “Nos habíamos acostumbrado a ver pasar las avionetas y a escuchar hablar como el Chavo del Ocho”, dice y señala cómo planeaban sobre estas tierras los pequeños Cessna cargados. En ese campo lindero a la parcela de la vecina la policía descubrió en febrero una organización que era un brazo del cartel de Sinaloa, liderado por Joaquín “Chapo” Guzmán Lorea. Los capos vivían en lujosos departamentos de La Barra y habían llegado a Uruguay al mismo tiempo que los enviados a Pilar e Ingeniero Maschwitz. La diversidad de productos importados por la gente del Chapo muestra cómo su empresa criminal se adapta a los mercados y logra socios locales como las víctimas del triple crimen de General Rodríguez en todas partes.
La tarde del 22 de febrero los hombres del comisario Julio Guarteche se acercaban como sombras al casco de la estancia “El Catalán”: dos casonas viejas, semiderruidas, y un galpón. Las gallinas, los pollos, los perros, y los pájaros siguen siendo el sonido de fondo. A unos diez minutos, hacia el Oeste está el río Uruguay, y más allá la Argentina. Venían monitoreando la marcha de una avioneta que habían salido de Santa Cruz de la Sierra con un cargamento pesado: 142 kilos de cocaína pura y una turbina enorme usada para airear los socavones de las minas recién taladradas. Había viajado desde México hasta Bolivia supuestamente alquilada, pero estaba hecha con un corazón hueco, en la zona del rotor, en el que podrían haber viajado, desde Montevideo hasta México, otra vez, unos 300 kilos. Los policías camuflados y con rifles de larga distancia otearon hacia el Oeste hasta que de pronto, como un pájaro apacible, zumbó el motor del Cessna 210 sobre la planicie.
Sabían que eran mexicanos. La DEA y la Procuración General de México les habían advertido que eran del cartel de Sinaloa. El que abría camino se cruzó con la policía a la media hora. De 70 años, era un viejo contrabandista conocido en la zona, tercera generación de bagalleros ahora contratados por los narcos mexicanos. Al segundo coche costó más detenerlo. El mexicano que lo manejaba trató de zafar, pero terminó chocando con otro auto y con él volaron los paquetes de un kilo, 142 en total. Los ladrillos que se llevaban los mexicanos a sus pagos eran una obra de arte: a cada uno le habían grabado, en alto relieve, un símbolo que identifica a los proveedores. A unos les correspondía los panes con un trébol de tres hojas, a otros los que tenían dibujado un cáliz.
Apenas aterrizada la avioneta los parroquianos se embarcaron en una festichola que comenzó con un asado regado de vino hasta los bailes de corridos y cumbias de la madrugada. Se derrumbaron, borrachos en la misma medida que la alegría que tenían de haber llegado a puerto, de coronar la operación. Tenían tiempo para el festejo. En Uruguay está prohibido allanar de noche, así que los policías debían esperar hasta los primeros rayos del sol y aguantar los calambres a la madrugada. La mamúa del éxito fue tal que el escuadrón de Guarteche se animó a avanzar y los perros entrenados se les fueron al humo. Pensaron que con los ladridos se despertarían.
El asunto, de peligroso y temerario, se volvió cómico. Entraron al avión, vieron que le habían instalado dos tanques suplementarios para que aguantara desde Santa Cruz hasta Soriano. Guarteche pidió que un helicóptero de la Fuerza Aérea que esperaba cerca sobrevolara con reflectores el casco. Recién entonces, los cinco hombres que había adentro se agarraron las verijas y salieron a rendirse con las manos en los ojos. Dos de los seis mexicanos tenían poder de mando y vivían como lo hacía en Buenos Aires otro lugarteniente del Chapo Guzmán, el prófugo Jesús Martínez Espinoza. Ismael Ruiz Casillas, alias Tyson, procesado por “asociación de delinquir en concurrencia” y por introducción y tránsito de sustancias y estupefacientes” y David Flores Tinarejo, alias Chiri, llegaron a Montevideo a instalarse en dos departamentos en las calles más coquetas de Pocitos, una zona como el Puerto Madero porteño, donde los mexicanos con destino en Buenos Aires se sentían reyes. En Montevideo uno de ellos se encargaba de llevar los papeles de la organización que pretendía exportar pescado a Europa.
Con esa célula los sinaloenses pretendían competir con los colombianos que llevan más tiempo usando a Uruguay como pista clandestina y como puerto de salida. Dos proveedores mayoristas le contaron este mes a Crítica de la Argentina que los mexicanos de varios carteles controlan tanto la salida de cocaína en Perú y en Bolivia. El jefe Guarteche, al frente de la Dirección General del Tráfico Ilícito de Drogas, lo confirma y dice que por eso les seguían los pasos alertados por una agencia de inteligencia extranjera. En menos de un año ha desbaratado seis grupos con ramificaciones internacionales, secuestrado más de un tonelada de cocaína y detenido a 39 narcos. “Estamos preocupados no sólo por los aviones, sino por lo que pasa en todo el litoral. Operan a un lado y otro de Uruguay y de la Argentina, indistintamente. Cuando no lo hacen con aviones lo hacen en lancha desde el otro lado”, dice. En el equipo de Tabaré Vázquez, el hombre a cargo de la Secretaría Nacional Antilavados de Activos, Ricardo Gil Iribarne, confirma las preocupaciones del policía: “Son organizaciones regionales con triangulaciones financieras en las que a veces aparece claramente la Argentina”.
lunes, 29 de septiembre de 2008
Descubren célula del cartel de Sinaloa en la frontera
Publicado por
lanarcosis
a las
23:08
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